El origen de los amigos es de carácter divino y yo estuve allí para comprobarlo.
Antes de ser carne, éramos polvo de estrellas y bailábamos en los campos estrellados de la infinita galaxia. Bailamos tanto que tropezamos con la vía láctea y los ojos que aún no teníamos se sorprendieron con la luz que aún no podían ver. Decidimos entonces, usar la vía láctea como pista de baile y allí estuvimos hasta que quisimos más. Verán, es que, la naturaleza de ser polvo de estrellas nos impedía tocarnos y como en el espacio no hay aire no podíamos olernos y tampoco hablarnos. Así que mirando aquella espiral de esferas y calor que no podíamos sentir, pedimos un deseo. En ese mismo instante pasaba la diosa de los anhelos que tenía como característica, ser sorda. Pero como éramos partículas microscópicas de estrellas, algunas le rozaron la nariz y la diosa destornudó agua. Y nos llevó una corriente fuerte hasta que chocamos con una roca y del agua, nos nacieron corazones. Como en aquel diluvio, todas nuestras partículas se mezclaron, ahora por siempre habitan en nuestros corazones, pedacitos de los amigos con los que bailamos, en aquellas infinitas noches estrelladas.
Por si no les había quedado claro, el material artístico que utilizaremos hoy va a ser los amigos. Sí, los amigos también pueden ser considerados arte. Para ser más específicos, los amigos son pintores especializados en matices. Lo que siempre veías gris, con ellos, lo comienzas a ver unos tonos más claros y hasta las banalidades de la vida adquieren su gracia. Con ellos, en lo días lluviosos bailamos bajo la lluvia (como si nuestros átomos recordaran de donde venimos), los enojos los enfriamos con cerveza, la prisa existencial pierde sentido, los dolores los dormimos hablando, la felicidad la compartimos como si fuese pedazos de pizza y cuando no tenemos nada que compartir, compartimos el silencio.
A ver, que hay quienes comparten comida carnal con sus amigos y otros se comen a sus amigos. Yo también me como a mis amigos.
La generosidad del clickbait.
Con cuchara y tenedor en mano, ingiero a mis amigos por los poros del alma. Pero en especial, a los que le dicen que sí a mis ideas con sentido solo para mí. Gracias a esos sí, he tenido las mejores experiencias de mi vida. Con ellos me tomé una botella de Riesling alemán en un club de jazz nocturno, vi un amanecer en Nueva York, le grité a Ednita Nazario que la amo, caminé todo Miramar por una bolsa de doritos, bailé un merengue afincao’ con uno de mis amores platónicos, aprendí que quien te ama, te desviste y luego te viste, aprendí a hacer tortilla sin que se parta cuando la vaya doblar, aprendí que ni los amigos ni el alcohol se mezclan, que Facundo Cabral existe (o existió) y que el que no está es porque no quiere.
Y así voy, vamos, caminando el mundo coleccionando memorias de sal y caracoles. Cual volcán que erupciona y crea nuevas islas, mis memorias crean las islas de mis afectos. Hay una de ellas en particular que tiene una comuna socialista donde se comparten los abrazos y las canciones. Allí las carreteras están hechas de arena de playa y el método de transporte es la risa. La bandera que hondea al viento es color amor y en vez de agua, se bebe té de lagrimas felices.
Entre palmeras y montañas vive mi comuna socialista, mis amigos, hermanos de bailes estrellados.
Jarelys Nahara